Estos son algunos boletines emitidos en distintos programas de radio en que hemos participado: Los sábados en RNE durante 2000 y 2001; los jueves en Radio Camargo desde 2001 hasta 2004. (Ver nuestro programa de radio actual).
Otros soles, otros mundos (oct 01) »
Planetas visibles (sep 01) »
El cielo en agosto (ago 01) »
Perseidas 2001 (11 ago 01) »
El origen de los elementos (12 may 01) »
Venus y Saturno (24 mar 01) »
Las vidas de las estrellas (feb 01) »
Plutón y el cinturón de Kuiper (feb 01) »
Asteroides (feb 01) »
Las Pléyades (ene 01) »
La Estación Espacial Internacional (ene 01) »
Solsticio de invierno (dic 00) »
Eclipse de Luna (dic 00) »
Constelaciones (dic 00) »
Venus (sept 00) »
El equinoccio de otoño (sept 00) »
Satélites artificiales (sept 00) »
La galaxia de Andrómeda (sept 00) »
La Vía Láctea (ago 00) »
Perseidas 2000 (ago 00) »
Telescopios (ago 00) »
Observación solar (jul 00) »
El solsticio de verano (jun 00) »
Máxima elongación de Mercurio (jun 00) »
Conjunción Júpiter-Saturno (may 00) »
Observación lunar (may 00) »
Astronomía vs. Astrología (may 00) »
Conjunción de planetas (may 00) »
Fecha de la Pascua (abr 00) »
Orión (abr 00) »
La estrella polar (abr 00) »
Objetos Messier (abr 00) »
A algunos filósofos griegos, hace más de 2000 años, ya se les ocurrió, al mirar al cielo, que esos pequeños puntos que brillan en la noche podrían ser soles como el nuestro, sólo que muy, muy lejanos... y que por tanto también podrían tener mundos a su alrededor.
Esta idea, a lo largo de la historia, ha parecido lógica a algunas personas, y disparatada a otras, que preferían pensar que el Universo se limitaba a nuestro Sol y a nuestro mundo, y que el resto no eran más que puntos de luz.
Hoy sabemos que efectivamente las estrellas son también soles como el nuestro, o incluso más grandes.
Y la Ciencia del siglo XX daba como probable que, si se trataba de estrellas como nuestro Sol, tuvieran también planetas. Todo parecía indicar que el mismo proceso que dio lugar a la formación del Sistema Solar, podría haberse producido de manera similar en otras estrellas. Pero parecía difícil confirmarlo, puesto que los planetas en otras estrellas no se podrían observar directamente por los telescopios, ya que los planetas brillan con luz reflejada y mucho más débil que su estrella y por tanto el brillo de ésta nos impide verlos.
Sin embargo, en la década de 1990, mediante complicadas técnicas de análisis de datos, se descubrieron los primeros planetas extrasolares, esto es, en torno a otras estrellas. En estos últimos años los descubrimientos se han multiplicado y a día de hoy se conocen ya varias decenas de sistemas planetarios. Incluso recientemente se han obtenido, no ya simplemente datos, sino verdaderas imágenes de algunos de estos planetas, como pequeños puntos junto a su estrella.
No es fácil delimitar a qué llamamos planeta. Muchas veces se detecta que una estrella tiene, orbitando a su alrededor, un objeto intermedio entre una estrella y un planeta: es lo que se llama una "enana marrón": una estrella que no llegó a tener la energía suficiente para brillar.
Otros de los planetas encontrados son similares a los mayores planetas de nuestro sistema solar: por ejemplo algunos son de tamaño comparable al de Júpiter; otros son mucho más grandes. Es más difícil detectar planetas pequeños, del tamaño de la Tierra, pero es de esperar que se vaya consiguiendo con el avance y perfeccionamiento de las técnicas.
También se han descubierto planetas en sistemas múltiples de estrellas: en efecto, las estrellas solitarias como nuestro Sol son la excepción; la mayoría de las demás estrellas tienen una o más compañeras, es decir, son dobles o múltiples. Así, lo que a simple vista parece un punto, con un pequeño telescopio puede revelar que en realidad se trata de dos o más estrellas juntas. Por tanto, los planetas que orbitan en torno a una de estas estrellas, tienen varios soles y no sólo uno. Sus días y noches son sin duda algo un poco más complicado...
Algunas de estas estrellas con sistemas planetarios, son visibles a simple vista cuando miramos al cielo. Por supuesto nuestro ojo nunca podrá distinguir los planetas, pero sí la estrella que les da luz y calor.
Esto, puede cambiar nuestra manera de mirar al cielo, ya que cuando contemplemos la multitud de las estrellas, ahora ya no imaginamos, sino que sabemos, que algunas de ellas tienen a su alrededor otros planetas, otros mundos similares al nuestro, o quizá muy diferentes...
De los nueve planetas del Sistema Solar, cinco son visibles a simple vista, sin necesidad de telescopio: son Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno (además de la Tierra, claro). Sin embargo, como cada uno de ellos tiene su propio movimiento en su órbita, su posición en el cielo varía, y así unas veces podemos verlos y otras no: Si se encuentran por encima del horizonte cuando es de día, entonces no podremos verlos.
Los periodos de visibilidad son diferentes para cada uno de los planetas, y tampoco coinciden con nuestros meses o estaciones. Para saber si un planeta es visible en un cierto momento, hay que consultar unas efemérides astronómicas... o preguntar a un astrónomo.
Sin embargo, es fácil distinguir un planeta a simple vista, puesto que casi siempre son lo más luminoso del cielo. Cuando veamos un astro que destaca por su brillo entre las demás estrellas, posiblemente se trate de un planeta.
En estos días da la casualidad de que los cinco planetas son visibles. Veamos cómo localizar cada uno de ellos.
Para ver Marte tendremos que mirar hacia el Suroeste en las primeras horas de la noche, tras la puesta de Sol. Probablemente sea "la primera estrella" que podamos ver mientras anochece. Cuando el cielo esté oscuro apreciaremos su brillo rojizo. Se encuentra muy bajo sobre el horizonte, por lo que en un par de horas se ocultará por el Suroeste. Será visible aún durante algunas semanas, y después lo perderemos de vista hasta finales del año 2002.
En cuanto a Mercurio, es visible mirando hacia el Oeste tras la puesta de Sol, aunque es el planeta más "escurridizo" para ser observado, pues está muy cerca del horizonte. Necesitaremos, pues, un horizonte llano y libre de obstáculos hacia el Oeste.
Si trasnochamos un poco, hacia medianoche saldrá Saturno por el horizonte Este, y también será lo más brillante del cielo, hasta que, unos tres cuartos de hora más tarde, aparezca, también por el Este, Júpiter, más brillante que Saturno. Durante el resto de la noche ambos irán situándose cada vez más altos en el cielo. En los próximos meses, tanto Júpiter como Saturno saldrán cada vez mas pronto, y para este invierno ya los veremos sin tener que trasnochar.
Y por último, Venus. Venus es el astro más brillante del cielo, después del Sol y la Luna, así que su brillo, siempre como lucero de la tarde o del alba, nos dará una sorpresa en más de una ocasión...
Si queremos verlo estos días, miremos hacia el Este antes de amanecer, hacia las 5 de la madrugada, y veremos cómo sale Venus antes que el Sol. Resplandecerá en la luz del alba durante aproximadamente una hora, hasta que salga el Sol y nos impida verlo.
El cielo sigue mostrándonos el esplendor de sus constelaciones de verano. En las primeras horas de la noche, podemos ver sobre nuestras cabezas tres estrellas que destacan por su brillo sobre las demás, y que parecen formar un gran triángulo en el cielo. Se trata de las estrellas llamadas Deneb, Vega y Altair. Su brillo se debe a que tanto Vega como Altair se encuentran bastante cerca de nosotros, tan sólo a unas decenas de años luz; Deneb por su parte está mucho más lejos pero se trata de una estrella supergigante.
En esa zona del cielo veremos también una franja luminosa que cruza el firmamento, aproximadamente de Norte a Sur: es la Vía Láctea, también conocida como “Camino de Santiago”. Se trata de nuestra propia galaxia, puesto que nos encontramos cerca de su borde y la vemos de perfil. Sin embargo, ver la Vía Láctea sólo es posible si nos alejamos de las luces de las ciudades...
En este cielo de agosto también llamará nuestra atención el planeta Marte. Visible a simple vista, es también uno de los astros más brillantes del cielo. Presenta un brillo rojizo y no parpadea como las estrellas. Lo podemos ver en las primeras horas de la noche en dirección Suroeste, bastante bajo sobre el horizonte. En las próximas semanas lo veremos cada vez más bajo hasta que desaparezca por el horizonte. Entonces lo perderemos de vista y no lo volveremos a ver hasta dentro de año y medio.
Como contrapartida, empiezan a ser visibles Saturno y Júpiter. Los distinguiremos a simple vista por su brillo, superior al de las estrellas. Estos días aparecen por el Este hacia las 4 de la mañana. Afortunadamente, según pasen las semanas, cada vez saldrán más pronto y será más fácil verlos...
Además, desde ahora hasta octubre, si madrugamos antes del amanecer, tendremos la ocasión de contemplar a Venus como lucero del alba. El planeta Venus, el astro más brillante después del Sol y la Luna, siempre nos sorprende por su extraordinario brillo que refulge en el resplandor del crepúsculo.
En la noche de hoy 11 de agosto, como todos los años por estas fechas, tendrá lugar la lluvia de estrellas fugaces llamadas “Perseidas”, popularmente conocida como “lágrimas de San Lorenzo”.
Las estrellas fugaces, o meteoros, se pueden observar como rápidos trazos que se dibujan en el cielo y desaparecen en un instante.
En realidad, se trata de pequeñas partículas que se desprendieron de un cometa y quedaron flotando en el espacio. Las partículas son muy pequeñas, normalmente como un grano de arena, pero al entrar en la atmósfera de la Tierra a gran velocidad, se “queman” y producen el fenómeno luminoso que llamamos estrella fugaz.
Las estrellas fugaces pueden observarse en cualquier noche del año, como sabrán todos aquellos que alguna vez hayan pasado una noche en el campo o la montaña. Sin embargo, en ciertos días del año, la Tierra se encuentra en su camino con una gran cantidad de estas partículas y entonces tiene lugar una “lluvia de estrellas fugaces”. Se producen varias lluvias cada año, pero las “Perseidas” de agosto es quizá la más conocida.
Si queremos observar este fenómeno, la mejor situación son los lugares alejados de las luces de la ciudad y que nos permitan ver la mayor zona de cielo posible. Desde la ventana de nuestra casa en la ciudad se verán muchos menos meteoros...
Así que lo mejor es colocarse en un lugar al aire libre, ponerse cómodos (y bien abrigados, aunque sea verano) y mirar todo el cielo a simple vista, sin utilizar telescopios ni otros instrumentos. Señalemos que, aunque las Perseidas toman su nombre de la constelación de Perseo, se podrán ver meteoros en todas las zonas del cielo. No es necesario mirar a ningún punto en particular. Sólo hay que tener paciencia y esperar a su aparición.
Esta noche, se podrán ver más meteoros según avance la madrugada. No obstante, también es posible ver algunas fugaces en las noches anteriores y posteriores a la de hoy.
Este año se presenta el inconveniente de que la Luna en cuarto menguante brilla casi toda la noche, y su resplandor nos impedirá ver los meteoros más débiles. Pero aún así podremos ver los más brillantes.
Además de su espectacularidad, el fenómeno es de interés científico. A nivel mundial se llevarán a cabo observaciones que servirán para conocer mejor la órbita de estos cuerpos del Sistema Solar. En Cantabria, la Agrupación Astronómica Cántabra recogerá datos de la actividad meteórica que después se enviarán para su estudio a entidades astronómicas internacionales.
En nuestro planeta hay diversidad de elementos químicos, y también fuera de nuestro planeta. Pero ¿dónde y cómo fueron creados esos átomos? ¿De dónde ha salido el carbono que forma nuestros cuerpos, el oxígeno que respiramos, el oro de nuestros anillos?
En los primeros tiempos del Universo, no había más que hidrógeno y helio, los elementos más simples. Con estos elementos se formaron nebulosas que dieron lugar a estrellas y galaxias. Las estrellas funcionan como gigantescos reactores de fusión nuclear, pues en el interior de ellas, se unen los átomos de elementos simples (hidrógeno, helio) para formar elementos más complejos: oxígeno, nitrógeno, hierro… Esta fusión nuclear es el mecanismo que hace que la estrella emita energía y por tanto brille.
Algunas de estas estrellas terminaron sus días en una “explosión de supernova”. En las explosiones de supernova la estrella, para agotar todo su combustible nuclear, forma elementos aún más pesados: cobre, níquel, oro, platino. Finalmente la estrella explota y todo el material que la formaba es expulsado al espacio. Estas explosiones se pueden observar si suceden relativamente cerca de nosotros: por ejemplo, en el año 1054, el mundo entero pudo ver una estrella que, durante varios días, se hizo tan brillante que era visible por el día. Hoy, en su lugar, está la llamada “nebulosa del cangrejo”, una nube de materia visible con telescopio, formada por los restos de la estrella que explotó.
El material procedente de estrellas que han explotado, puede volver a agregarse formando nuevas nebulosas, que darán lugar a nuevas estrellas: estrellas de segunda generación. Pero ahora, este material está enriquecido con elementos complejos. Cuando la nueva nebulosa se condense formando estrellas y planetas, éstos contendrán oxígeno, nitrógeno, carbono, oro…
El Sol es una estrella de segunda generación, y por ello sus planetas, incluida la Tierra, contienen todos estos elementos. Así pues, todos los átomos complejos que componen nuestros cuerpos, nuestros objetos cotidianos o el suelo que pisamos, fueron formados en el interior de una estrella que ya no existe.
Por esto se puede decir que somos polvo de estrellas, y que un lazo verdaderamente profundo nos une con el Cosmos.
Durante los últimos meses hemos podido admirar en el crepúsculo de la tarde el sorprendente brillo del planeta Venus: el astro más brillante del cielo después del Sol y la Luna. Su brillo se debe no sólo a que es el planeta más cercano a la Tierra, sino también a que está cubierto de una densa capa de nubes que reflejan casi toda la luz que recibe del Sol.
Sin embargo, en las últimas semanas hemos visto cómo Venus se ha ido situando cada tarde un poco más bajo, más cerca del horizonte Oeste. Hoy, a la puesta de Sol, está tan cerca del horizonte que ya es prácticamente imposible verlo.
Ello es debido al movimiento de Venus en su órbita. Estos días se dispone a pasar por delante del Sol (según lo vemos desde la Tierra): es la posición llamada “conjunción inferior”. En esta posición, Venus no es visible para nosotros. Tardará más de un mes en pasar al otro lado del Sol, al Oeste, y entonces, a finales de abril, comenzará a ser visible por las mañanas, antes del amanecer.
Pero estos días aún podemos observar a simple vista Júpiter y Saturno, que siguen destacando en el cielo hasta que se ocultan por el Oeste cerca de la medianoche.
Seguramente el más espectacular de observar al telescopio es Saturno, pues ello nos daría ocasión de contemplar sus anillos. Éstos ya fueron observados por Galileo en 1610, pero el gran astrónomo, no pudiendo imaginar la existencia de tales anillos, sólo pudo afirmar que Saturno presentaba una extraña forma alargada o unos apéndices a los lados, o quizá un par de grandes satélites. Durante el siglo XVII, y al ir mejorando la calidad de los telescopios, todos los astrónomos de la época contemplaron con estupor los anillos de Saturno sin saber de qué se trataba, y comparándolos a “un par de asas”; o “un par de orejas”;, hasta que el holandés Christiaan Huygens, en 1659, dedujo correctamente que se trataba de un anillo.
Ahora sabemos que en realidad no se trata solamente de un anillo, sino de multitud de anillos concéntricos, y que están formados por una infinidad de pequeñas partículas, de tamaños que van desde unos milímetros hasta varios metros, y que giran en torno al planeta.
Más recientemente, a partir de 1977, se ha descubierto que los demás planetas gaseosos, Júpiter, Urano y Neptuno, también tienen anillos; si bien son mucho más finos y débiles que los de Saturno.
La primera misión espacial a Saturno tuvo lugar en 1979, con el Pioneer 11, y con él las primeras imágenes de este planeta visto de cerca. Después han estado allí las misiones Voyager, y actualmente se encuentra en camino la sonda Cassini, lanzada por la NASA y la Agencia Espacial Europea. La Cassini, que debe su nombre al astrónomo italiano que estudió los anillos en el siglo XVII, visitará Saturno y su satélite Titán. Actualmente se encuentra en las proximidades de Júpiter, y llegará a Saturno en el año 2004.
Las estrellas que pueblan nuestro Universo, como de seres vivos se tratase, tienen su ciclo vital en el que nacen, se desarrollan y mueren. El proceso dura miles de millones de años, por ello los seres humanos no podemos presenciar la vida de una estrella en su totalidad, pero sí podemos observar distintas estrellas que se encuentran en las diferentes fases y así comprender cómo tiene lugar este proceso.
La creación de las estrellas se produce dentro de las nebulosas: acumulaciones de gas y polvo donde la materia forma condensaciones que se convertirán en estrellas. A simple vista podemos ver uno de estos lugares: la nebulosa de Orión, situada en la constelación del mismo nombre, que ahora es visible en las primeras horas de la noche. A simple vista la nebulosa aparece como una pequeña mancha blanquecina, y con prismáticos o telescopios se aprecian las estrellas en formación en su interior.
Cuando varias estrellas se han formado de la misma nebulosa, aún permanecen cerca unas de otras, hasta que con el paso del tiempo se van separando. Estas "familias" de estrellas se llaman "cúmulos abiertos". El cielo de invierno nos ofrece algunos de estos cúmulos visibles a simple vista: como el llamado cúmulo del Pesebre, en la constelación de Cáncer, que se le distingue como una pequeña mancha o nubecilla en el cielo; o como las Pléyades, en la constelación de Tauro, que se encuentra bastante cerca de nosotros, por lo que a simple vista se distinguen en él seis o siete estrellas; con prismáticos veremos cientos, y con telescopio apreciaremos que aún se encuentran envueltas en un resplandor azulado, que son los restos de la nebulosa en que se formaron.
Otras estrellas se encuentran en la mitad de sus vidas, como el Sol, el cual hace tiempo que se separó de sus estrellas "hermanas", que estarán esparcidas por nuestra galaxia. Al Sol le quedan aproximadamente 5000 millones de años hasta desaparecer.
Cuando una estrella se hace vieja, se convierte en una gigante roja: como Betelgeuse, en la constelación de Orión, o como Arturo, que ahora aparece en el Sudeste hacia medianoche. Son cientos de veces más grandes que el Sol, y su intenso brillo rojizo destaca a simple vista entre las demás estrellas del cielo.
En cuanto al fin de las estrellas, se puede producir mediante varios procesos físicos, pero quizá el más espectacular es la explosión de supernova. En el año 1054 el mundo entero presenció una de estas explosiones, viendo cómo una estrella de la constelación de Tauro se hizo tan brillante que se veía de día. Al explotar lanzó todo su material al espacio en forma de nebulosa, y eso es lo que observamos hoy en su lugar: la "Nebulosa del Cangrejo", visible con telescopio en la constelación de Tauro.
En las vidas de las estrellas se da también lo que podríamos llamar un "reciclaje". Después de que una estrella explota, todo el material que se esparce por el espacio puede nuevamente condensarse para formar estrellas de segunda generación. Es el caso del Sol, que está formado a partir de restos de una supernova que explotó hace miles de millones de años.
¿Cuantos planetas hay en el Sistema Solar?. Sin duda, casi todos nosotros responderíamos que nueve y recordaríamos la lista que nos enseñaron en el colegio: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Sin embargo, hoy en día las cosas no están tan claras y la causa es Plutón.
El noveno planeta, Plutón, fue descubierto en 1930 y desde aquel momento se puso de manifiesto que no era un planeta como los demás. Para empezar, su órbita es la más elíptica y la más inclinada de todas, hasta tal punto que durante varios años ha estado más cerca del Sol que Neptuno. Por otra parte, es el planeta más pequeño, con un tamaño la mitad de Mercurio y sólo el doble de Ceres, el mayor de los asteroides. No obstante posee una atmósfera de metano, como los planetas gigantes, y tiene un satélite, Caronte, descubierto en 1978 y con la mitad de su tamaño.
Así las cosas, Plutón parecía situarse en una especie de “tierra de nadie”, con unas características que le asemejaban a los planetas y otras que le hacían parecerse a los asteroides. Pero en 1982 las cosas empezaron a cambiar. Ese año se localizaba el cometa Halley cuando se encontraba a una distancia de 1.600 millones de Km, más allá de la órbita de Saturno. Esto demostraba que, con los medios de la época, era posible detectar cuerpos muy pequeños a distancias tan grandes, y en 1987 comenzó una búsqueda organizada para intentar descubrir nuevos objetos en el Sistema Solar externo.
Hubo que esperar 5 años para que esa búsqueda tuviese éxito. En agosto de 1992 se encontraba un objeto de unos 200 km de diámetro, más lejano aún que Plutón. Lo más interesante es que sus características eran muy similares, diferenciándose únicamente en su menor tamaño. Desde entonces, los descubrimientos se han ido sucediendo y ya son varios centenares los cuerpos descubiertos en las fronteras del Sistema Solar.
Teniendo en cuenta la distancia a la que se encuentran, cabe suponer que sólo estamos viendo los más grandes y, por eso, se piensa que, al igual que ocurre con los asteroides que hay entre Marte y Júpiter, debe haber muchos miles formando un cinturón en torno al Sol más allá de Neptuno. Este se conoce con el nombre de cinturón de Kuiper, en honor al astrónomo holandés Gerald Kuiper que, en 1951, fue el primero en suponer su existencia.
Ante tales descubrimientos podemos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Plutón es un planeta o simplemente se trata del mayor asteroide del cinturón de Kuiper? No faltan opiniones en ambos sentidos y son muchos los partidarios de las dos posturas. De lo que nadie duda, sin embargo, es de que, si Plutón se hubiese descubierto hoy, se clasificaría como un asteroide.
En el primer día del siglo XIX, el 1 de enero de 1801, el astrónomo italiano Piazzi descubrió con su telescopio un nuevo objeto en el cielo, y pensó que se trataba de un nuevo cometa, cuyo descubrimiento es bastante habitual.
Sin embargo, no era así, sino que más bien parecía ser algo parecido a un pequeño planeta. Aparecía en el telescopio como un pequeño punto, similar a una estrella muy débil, y por ello se le llamó ASTEROIDE, que significa “semejante a una estrella”. Pero este objeto era en realidad un pequeño cuerpo rocoso, de sólo 933 Km de diámetro, situado en nuestro Sistema Solar y girando en torno al Sol en una órbita intermedia entre Marte y Júpiter.
Este primer asteroide fue bautizado con el nombre de la diosa Ceres. Después de esto, en pocos años se descubrieron otros tres, que recibieron los nombres de Palas, Vesta y Juno. A finales del siglo XIX ya se conocían varios cientos, por lo que se empezaba a hablar de un “cinturón de asteroides” orbitando entre Marte y Júpiter.
Cada vez se han ido descubriendo asteroides más pequeños, y hoy se conocen ya cientos de miles y se siguen descubriendo otros nuevos cada año. Posiblemente muchos de ellos tienen un tamaño muy pequeño, menor de un kilómetro, y con los medios actuales no los podemos ver desde la Tierra. Sin embargo, distintas misiones espaciales como la Galileo o la NEAR han podido fotografiarlos de cerca.
Pero sí podemos ver desde la Tierra, y con solamente un telescopio de aficionado o incluso con unos prismáticos, los asteroides más grandes del cinturón.
Probablemente estos cuerpos son restos de un planeta que se fragmentó o bien que no llegó a formarse, aunque su origen es aún objeto de investigación. Señalemos que la masa de todos los asteroides juntos es más pequeña que la de nuestra Luna.
No sólo existen asteroides entre Marte y Júpiter, sino también en otros lugares de nuestro Sistema Solar. Por ejemplo, los dos satélites de Marte, Deimos y Fobos, son con toda probabilidad dos asteroides que fueron capturados por la gravedad de Marte. O los llamados “asteroides troyanos”, que preceden y siguen a Júpiter en su misma órbita. O el recientemente descubierto cinturón de Kuiper, situado en la zona de Plutón, del que hablaremos en próximas ocasiones.
Uno de los objetos más notables que se ven a simple vista en el cielo de otoño son las Pléyades.
Si miramos hacia el Este en las primeras horas de la noche, lo primero que llamará nuestra atención serán Júpiter y Saturno, los astros más brillantes visibles en este momento. Cerca de ellos veremos un pequeño cúmulo de estrellas: son las Pléyades.
Si nos fijamos bien, a simple vista veremos seis o siete estrellas juntas. Con prismáticos se distinguen varias decenas.
Normalmente las estrellas nacen juntas a partir de nebulosas de gas, y después se van dispersando por el espacio. Las Pléyades son estrellas jóvenes, que se han formado hace “sólo” 100 millones de años, y por eso aún están muy próximas unas de otras, formando un cúmulo. Además, aún las envuelve el brillo azulado de la nebulosa que las formó.
Este tipo de objetos celestes recibe el nombre de “cúmulo abierto”. Hay en el cielo más cúmulos abiertos visibles a simple vista, y muchos más con telescopio, pero las Pléyades son el más fácil de observar puesto que son el más próximo a nosotros. Se encuentran a 400 años luz del Sistema Solar, dentro de nuestra misma galaxia, y en la dirección de la constelación de Tauro.
Dado que siempre han sido visibles a simple vista, las Pléyades han sido objeto de la atención de todas las culturas y han dado lugar a diferentes leyendas.
Popularmente son conocidas como “las siete hermanas” o “las siete cabritillas”, y en los países anglosajones se las compara con una gallina y sus polluelos.
En la mitología griega, la leyenda habla de siete hermanas a las cuales, para que escaparan de la persecución de Orión, Zeus las transformó en palomas que volaron al cielo y se convirtieron en este cúmulo estelar. Precisamente Orión es una constelación que se encuentra junto a Tauro y a las Pléyades, visible en el otoño-invierno, y de la que hablaremos en próximas ocasiones.
La Estación Espacial Internacional, o ISS, se encuentra en el espacio desde Noviembre de 1998, orbitando en torno a la Tierra a más de 300 Km de altura. Desde 1999 ha estado permanentemente habitada por astronautas.
Actualmente, su construcción continúa con la cooperación de 16 naciones: Estados Unidos, Rusia, Japón, Canadá, Brasil y los 11 países miembros de la Agencia Espacial Europea, entre los que se encuentra España.
Se espera que esté terminada para el año 2003, y que durante al menos 10 años preste un servicio orientado a diferentes tipos de investigación científica: física, química, biología, medicina… Además, la Estación Espacial Internacional será un enclave humano en el espacio con un importante papel en el desarrollo de futuras misiones espaciales.
La ISS, como la estación rusa MIR y como muchos otros satélites artificiales, es visible a simple vista desde la Tierra gracias a la luz que refleja del Sol. Por ello sólo es visible poco después del anochecer, cuando para nosotros ya es de noche, pero a la altura a la que se encuentra la Estación aún llega la luz solar. Por la misma razón también puede verse poco antes del amanecer.
A veces veremos que la ISS, en su recorrido, se va debilitando hasta que desaparece. Ello se debe a que ha entrado en la sombra de la Tierra, es decir, ha dejado de recibir luz solar, entrando en la zona donde es de noche, y por tanto se oscurece y deja de ser visible.
La ISS ya anteriormente era visible a simple vista. Sin embargo, recientemente se le han añadido los paneles solares que le proporcionarán energía: estos paneles reflejan más luz, y esto unido al mayor tamaño que ahora tiene la Estación, hacen la ISS aún más brillante que antes y por tanto más fácil de localizar.
Se observará mejor desde lugares desde donde podamos ver todo el cielo, y a ser posible sin iluminación. Debido a su rápido movimiento, es más fácil detectarla a simple vista que con prismáticos o telescopio.
Si queremos intentar verla esta tarde, a las 7 en punto la ISS aparecerá por el horizonte Oeste, dirigiéndose al Norte, hacia la zona de la estrella Polar. Será fácilmente reconocible como un punto brillante en movimiento, y tardará unos cuatro minutos en cruzar el cielo, hasta que esté cerca del horizonte Nordeste, donde su brillo se apagará y desaparecerá de nuestra vista al entrar en la sombra de la Tierra.
La Estación será visible prácticamente todos los días, aunque a diferentes horas, y también con diferente brillo dependiendo de su posición. Por ejemplo, también se la podrá observar mañana domingo pasadas las 7 y media, y el lunes a las 6 y media de la tarde.
El pasado jueves, día 21 de diciembre, tuvo lugar el solsticio de invierno, es decir, el día más corto del año. En nuestra latitud, ese día el sol sale a las 9 menos cuarto de la mañana para ponerse a las 6 menos cuarto de la tarde: es decir, solamente 9 horas de luz frente a una noche de 15 horas.
A partir de este momento empiezan a crecer los días, al principio muy lentamente, aproximadamente un minuto por día, pero crecerán más rápido según pase el invierno.
Por tanto, en estos días, podemos contemplar el cielo nocturno hacia media tarde. Al hacerlo, encontraremos dos astros que destacan por su brillo sobre los demás: al Oeste se encuentra Venus, que irá descendiendo hacia el horizonte, y al Este veremos Júpiter, con Saturno cerca de él, que se situarán cada vez más altos en el cielo al avanzar la noche.
Un poco más tarde, hacia las ocho, veremos aparecer en el Este una de las constelaciones más conocidas del invierno: se trata de Orión, fácilmente reconocible por las tres estrellas alineadas llamadas popularmente “las tres Marías”. En la figura de la constelación, estas tres estrellas forman el cinturón del cazador Orión, que lucha contra el toro de la constelación de Tauro.
Otras cuatro estrellas brillantes representan las piernas y los hombros del cazador. La más brillante es Betelgeuse, en el hombro izquierdo: una gigante roja de tal tamaño que, si se colocase en el lugar de nuestro Sol, englobaría hasta la órbita de Júpiter.
Bajo el cinturón de Orión cuelga su espada. Esta es difícil de ver en cielos urbanos, pero desde lugares oscuros destaca a simple vista como una mancha difusa. Se trata de la Nebulosa de Orión: en realidad es una enorme nube de gas y polvo, situada en nuestra galaxia a más de mil años luz de nosotros, y en la cual se están formando nuevas estrellas. Por ello la observación de la Nebulosa de Orión, especialmente mediante el Telescopio Espacial Hubble, nos está revelando cómo tiene lugar el proceso por el que nacen las estrellas, ayudándonos también a comprender cómo se formó nuestro Sol y los planetas que lo rodean, incluido el nuestro.
En la noche del próximo martes 9 de enero, tendrá lugar un eclipse total de Luna, visible desde Cantabria y desde toda España.
Estos fenómenos se producen cuando la Luna entra en la sombra producida por la Tierra, por lo cual deja de recibir luz solar y aparece oscurecida.
Casi todos los años se producen eclipses de Luna, pero no siempre son visibles desde nuestro país. No veremos otro eclipse lunar desde España hasta el año 2003.
Desde Santander, este eclipse tendrá lugar poco después de salir la Luna, por lo que se verá comenzar el fenómeno con la Luna a poca altura sobre el horizonte Este.
A las 8 menos cuarto de la tarde, la Luna comenzará a entrar en la sombra de la Tierra. Esto se apreciará a simple vista como un “bocado” oscuro que aparece por la parte izquierda del disco lunar y va progresando: Durante una hora, la sombra seguirá cubriendo el disco de la Luna, hasta que a las 9 menos cuarto nuestro satélite esté totalmente inmerso en la sombra. Pasará así aproximadamente una hora, y hacia las 10 menos cuarto comenzará poco a poco a brillar de nuevo.
Incluso tratándose de un eclipse total, nuestro satélite no quedará oscurecido de todo, sino que seguirá siendo visible en el cielo en todo momento, aunque con una coloración rojiza oscura. El motivo es que algunos rayos solares son desviados por la atmósfera de la Tierra, y así alcanzan la Luna y la iluminan con un tinte rojizo. En cada eclipse, el color o tonalidad de la Luna es diferente, pudiendo ser rojo, anaranjado, grisáceo...
A diferencia de los eclipses de Sol, los de Luna no suponen ningún peligro para la vista. Por tanto, el martes podremos observar el eclipse tanto a simple vista como con telescopio o prismáticos. Por ejemplo, podemos colocar unos prismáticos corrientes sobre un trípode de fotografía u otro soporte fijo; esto nos permitirá apreciar en detalle cómo cada cráter y cada montaña de la Luna se va sumergiendo en la sombra.
La Agrupación Astronómica Cántabra efectuará un seguimiento de este fenómeno instalando un telescopio en la zona de los Jardines de Pereda, para que el público de Santander pueda acercarse y disfrutar de este espectáculo celeste.
Desde tiempo inmemorial, la imaginación del ser humano ha querido formar figuras con los puntos luminosos que veía en el cielo. Estas figuras imaginarias son lo que llamamos constelaciones.
Todas las culturas del mundo quisieron ver en las estrellas la imagen de sus dioses, personajes mitológicos, animales u objetos de uso cotidiano, y cada pueblo les asignó diferentes nombres. Por ejemplo, la figura formada por siete estrellas y conocida como “el carro”, “el cazo” o “el arado”, también forma parte de una figura más grande que es la “Osa Mayor” y representa la cola de la Osa.
Nuestra civilización occidental ha heredado la tradición astronómica de la Grecia clásica, y así tenemos en el cielo personajes como Andrómeda, Casiopea, Hydra o Pegaso, que incluso forman historias, como si se tratase de un “cómic”: Andrómeda, hija de Cefeo y Casiopea, fue rescatada de un monstruo marino, Hydra, por Perseo que llegó montado en Pegaso; todos estos personajes se encuentran representados en el mapa celeste.
Las constelaciones del hemisferio Sur no eran conocidas por los griegos, así que los navegantes europeos de los siglos XVI y XVII, al verlas, reconocieron en ellas las figuras que les eran familiares, y así los cielos del Sur recibieron nombres como la constelación del Reloj, del Sextante, del Microscopio, del Navío, o incluso la constelación del Indio.
En realidad, las estrellas que forman una constelación no guardan ninguna relación física entre sí. De las estrellas que parecen formar una figura, unas pueden estar relativamente cerca de nosotros, y otras mucho más lejos, aunque desde nuestro punto de vista las veamos en una misma dirección.
Sin embargo, la ciencia astronómica sigue usando las constelaciones como convenio, pues resulta cómodo para referirse a una zona del cielo.
Quizá las constelaciones más conocidas sean las llamadas del Zodíaco. Su nombre proviene del griego zoon=animal, pues en su mayoría representan animales, según las figuras que les asignaron los babilonios hace unos 4000 años. ¿Qué tienen de especial las constelaciones del zodíaco? Solamente que los planetas, al moverse en sus órbitas, se sitúan delante de estas constelaciones. Cuando decimos una frase como “Júpiter está en Tauro”, queremos decir que Júpiter queda delante del “telón de fondo” de las estrellas de Tauro, aunque, lógicamente, el planeta se encuentra mucho más cerca que las estrellas de Tauro y nada tiene que ver con ellas.
Para los pueblos antiguos, los planetas no eran sino puntos que se movían en el cielo, de una a otra constelación, y trataron de interpretar esos movimientos y de predecir el futuro con ellos. Así nació la Astrología, que fue un primer intento de entender lo que ocurría en el cielo. Hoy es la Astronomía la que nos ofrece la explicación científica del movimiento de los astros.
Estos días, pasadas las ocho de la tarde, después de ponerse el Sol, y si el horizonte Oeste está despejado, veremos un punto brillante en la luz del crepúsculo: se trata del planeta Venus.
Como es sabido, Venus es uno de los 5 planetas visibles a simple vista. De hecho, es el planeta que alcanza mayor brillo, y es el astro más brillante del cielo (después, naturalmente, del Sol y la Luna). En las épocas en que alcanza su máximo brillo, Venus puede incluso producir sombras.
Al igual que le ocurre a Mercurio, por su proximidad al Sol, Venus sólo puede ser visto en el crepúsculo del atardecer o del amanecer. De ahí que se le conozca como lucero de la mañana o de la tarde. De hecho, en la antigüedad se pensaba que se trataba de dos planetas diferentes.
Venus pasa varios meses como astro del amanecer y es visible en el Este; después desaparece de nuestra vista para pasar por detrás del Sol y al cabo de unas semanas reaparece como lucero del atardecer visible en el Oeste.
Actualmente está comenzando la temporada en que es visible por la tarde. Si lo observamos en los próximos meses, veremos que se irá alejando del Sol y así se le podrá observar cada vez mejor, hasta alcanzar la mayor visibilidad a finales de este año y principios del que viene.
Durante estos meses, Venus siempre se reconocerá fácilmente mirando hacia el Oeste, por ser el astro más brillante del crepúsculo.
Observado con un telescopio, lo único que se puede ver en Venus es la densa capa de nubes que lo recubre y que nos impide ver su superficie. Estas nubes están compuestas ¡de ácido sulfúrico! y son ellas las que reflejan gran cantidad de luz solar, haciendo que Venus brille tanto.
Venus es el planeta más cercano a nosotros, y actualmente se encuentra a 90 millones de Km.
Como es sabido, las estaciones se producen porque el eje de la Tierra está inclinado. Cuando su extremo Norte se inclina hacia el Sol, se produce el verano en nuestro hemisferio.
Sin embargo ahora el verano toca a su fin, pues en la tarde de ayer viernes, 22 de septiembre, se produjo el equinoccio de Otoño. Esto quiere decir que hoy el día tiene igual duración que la noche: el sol sale a las ocho de la mañana y se pone a las ocho de la tarde. A partir de ahora, el día comenzará a ser más corto que la noche.
En el hemisferio Sur de nuestro planeta, en lugar del otoño, es la primavera lo que llega en este momento.
El firmamento nocturno también sigue el ritmo de las estaciones. Debido al movimiento anual de la Tierra en torno al Sol, en cada época del año se ven diferentes constelaciones. Así, en estas semanas, las constelaciones de verano van dejando paso a las de otoño: Andrómeda, Tauro, Orión…
Hay otras constelaciones, como la Osa Mayor o Casiopea, que se ven durante todo el año.
Sin embargo, los planetas no siguen el ritmo anual, puesto que tienen movimiento propio, y la época en que son visibles no corresponde con nuestros meses o estaciones.
Por ejemplo, ahora comienzan a ser visibles Júpiter y Saturno. Para observarlos no hace falta telescopio: hacia medianoche los veremos salir por el horizonte Este. Primero sale Saturno, y media hora más tarde, Júpiter. Los reconoceremos fácilmente a simple vista, por ser los objetos más brillantes de esa parte del cielo. Si esperamos un par de horas más, los veremos destacar en el Este: Júpiter es el más brillante, y Saturno se encuentra arriba y a la derecha de Júpiter.
Además, los planetas, por tener un movimiento propio en su órbita, no presentan siempre la misma posición respecto de las estrellas. Por eso ahora Júpiter y Saturno se encuentran en la constelación de Tauro, aunque con los meses se irán desplazando entre las constelaciones. Así, actualmente, cerca de Saturno podemos ver las Pléyades, uno de los objetos más hermosos del cielo de otoño, y cerca de Júpiter destaca una estrella gigante roja, la más brillante de Tauro, llamada Aldebarán.
Dentro de pocas semanas, ambos planetas saldrán más pronto por el horizonte, y por tanto durante este otoño serán más fáciles de ver.
No todo lo que se puede ver en el cielo es de origen natural. Muchas veces, contemplando el cielo nocturno a simple vista, vemos un punto luminoso que cruza lentamente sobre nosotros. Lo seguimos con la vista hasta que desaparece por el horizonte, y nos quedamos con cierta preocupación pensando qué será lo que hemos visto. No es nada extraño, se trata solamente de un satélite artificial. Hay una gran cantidad de ellos en órbita en torno a la Tierra, de diversos tipos y funciones: satélites de meteorología, de telecomunicaciones, restos de cohetes espaciales... Más de un centenar de ellos son visibles a simple vista, y por ello en cualquier noche y desde cualquier lugar podremos ver pasar varios de ellos.
Los satélites artificiales no brillan con luz propia, sino que reflejan la del Sol. Por ello, sólo son visibles poco después del anochecer, cuando para nosotros ya es de noche, pero a la altura a la que se encuentra el satélite aún llega la luz solar. Por la misma razón también pueden verse poco antes del amanecer.
A veces vemos que un satélite, en su recorrido, se va debilitando hasta que desaparece. Ello se debe a que ha entrado en la sombra de la Tierra, es decir, ha dejado de recibir luz solar, entrando en la zona donde es de noche, y por tanto se oscurece y deja de ser visible.
Hay un objeto en órbita que nos resulta conocido por haber tenido noticias de él en repetidas ocasiones, pero que quizá no hayamos visto nunca con nuestros propios ojos. Se trata de la estación orbital rusa MIR. La MIR no sólo es visible a simple vista, sino que es uno de los satélites más brillantes que se pueden ver, debido a su gran tamaño y a que su órbita es bastante baja: 350 Km de altura sobre la superficie terrestre.
La MIR es visible prácticamente todas las noches, aunque unas veces brilla más que otras, dependiendo de su posición. Hoy es una excelente ocasión para observarla: La MIR pasará sobre nosotros a las 9 y diez de esta noche, hora en que aparecerá por el horizonte Noroeste, dirigiéndose hacia la zona de la Osa Mayor. A continuación cruzará todo el cielo durante unos cinco minutos, hasta que esté cerca del horizonte Sudeste: entonces su brillo se apagará y desaparecerá de nuestra vista al entrar en la sombra de la Tierra. Es muy fácil de reconocer, pues aparece como un punto que se mueve y que brilla tanto como las estrellas más brillantes del firmamento. Se verá mejor desde un lugar abierto desde donde podamos ver todo el cielo, y a ser posible sin iluminación. Recordemos la hora: a las 9 y diez de esta noche.
Como decíamos la semana anterior, todas las estrellas que vemos a simple vista pertenecen a nuestra propia galaxia, así como todos los cúmulos y nebulosas visibles a simple vista.
Pero hay una excepción, un objeto visible a simple vista y que sin embargo está fuera de nuestra galaxia. Se trata de la Galaxia de Andrómeda. Es la galaxia más cercana a la nuestra, está a “sólo” dos millones de años luz, y por ello brilla lo suficiente como para que nuestro ojo pueda verla sin ayuda óptica. Eso sí, necesitaremos un cielo despejado y oscuro, en una noche en que no brille la Luna, y lejos de toda iluminación artificial que nos impediría por completo la visión de objetos débiles.
En la antigüedad no existía el problema de la iluminación y por tanto nuestros antepasados veían con normalidad esta galaxia en su cielo, con la apariencia de una pequeña mancha blanquecina y alargada, en la constelación de Andrómeda, de donde toma su nombre.
Los astrónomos árabes medievales la describieron como “una pequeña nube”, aunque por supuesto estaban totalmente ajenos a la verdadera naturaleza de este objeto: una enorme acumulación de mil millones de soles.
Su forma es la de una galaxia espiral, con un núcleo central y brazos que se “enroscan” en torno al núcleo. Según está orientada en el espacio, no la vemos de frente sino un poco ladeada y por eso aparece como una mancha alargada.
Durante siglos se la llamó “Nebulosa de Andrómeda”, pues se pensaba que era una nebulosa, una nube de gas y polvo, y que estaba incluida en nuestra propia galaxia. No se sospechaba entonces la existencia de galaxias fuera de la nuestra. Ya los astrónomos del siglo XIX, gracias a los telescopios cada vez más potentes y a las fotografías cada vez mejores, empezaron ya a sospechar que podría tratarse de otra galaxia. Pero la confirmación no llegó hasta 1923, cuando se pudo calcular por ciertos métodos la distancia a ella y se comprobó que era superior a un millón de años luz. Así que ese objeto ya no podía estar en nuestra galaxia: se trataba de otra galaxia independiente. Y resultó que como ella había miles, incluso mayores que la nuestra. Fue un avance revolucionario en nuestra visión del Cosmos. Así nuestro Universo se vio drásticamente ampliado… y nuestra importancia drásticamente reducida.
En estas semanas de finales de verano y durante el otoño, esta galaxia está especialmente bien situada para su observación. Estos días se encuentra a media altura sobre el horizonte Nordeste, elevándose según avanza la noche. Con unos prismáticos corrientes, sobre todo si éstos se fijan sobre un trípode o soporte, ya se tiene una visión espectacular, distinguiendo (repetimos, en un cielo oscuro y despejado) una mancha alargada con una zona central más brillante, que es el núcleo de la galaxia, y una zona más difusa alrededor que son los brazos espirales.
Para distinguir estos brazos ya se requiere la ayuda del telescopio. Éste nos mostrará además otras dos pequeñas manchas junto a ella, que son dos galaxias satélites que la acompañan.
Cuando la observemos podemos pensar que nuestra propia galaxia, la Vía Láctea, es una galaxia espiral similar a ella en forma y tamaño, y que vista desde fuera, ofrecería seguramente un aspecto similar a la Galaxia de Andrómeda. Así, el Sol no sería más que una estrella mediana y poco brillante, perdida en uno de los brazos espirales.
Nuestro Universo está formado por miles de millones de galaxias, cada una de las cuales contiene a su vez millones de estrellas. Entre galaxia y galaxia, no se encuentra más que enormes extensiones de espacio vacío.
Nuestra estrella, el Sol, forma parte de la galaxia llamada Vía Láctea. La galaxia en que vivimos es del tipo espiral, similar en forma y tamaño a muchas otras: tiene forma de disco aplanado, con un núcleo central y unos brazos espirales en torno a él. Nosotros nos hallamos en el borde de uno de estos brazos.
Por tanto, al encontrarnos cerca del borde de la galaxia, vemos ésta de canto. Esa es la explicación de la franja blanquecina que cruza el cielo, llamada en la cultura grecorromana “Vía Láctea”, que significa en latín “camino de leche”: pues ellos, tan ajenos a estos conceptos astronómicos, interpretaban en su mitología que esa franja celeste estaba formada por las gotas de leche que cayeron cuando la diosa Hera amamantaba a Hércules.
Por la misma razón, la palabra “galaxia” proviene del griego “galactos”, que significa “leche”.
Durante la Edad Media, la Vía Láctea se llamó “Camino de Santiago”, pues marcaba aproximadamente la dirección que los peregrinos debían seguir para llegar a Santiago de Compostela.
Hace cuatro siglos, Galileo Galilei, con el telescopio construido por él, observó que la mancha blanquecina estaba en realidad formada por innumerables estrellas, tantas que a simple vista no se pueden distinguir.
Desde entonces, la Ciencia ha recorrido un largo camino hasta comprender lo que era en realidad la Vía Láctea.
Es muy difícil saber qué forma tiene nuestra galaxia, puesto que la vemos desde dentro y no tenemos perspectiva.
En realidad sólo hemos llegado a comprender cómo es nuestra galaxia cuando hemos podido observar otras.
En efecto, durante mucho tiempo se pensó que sólo existía en el Universo una galaxia, la nuestra. Solamente a principios de este siglo se supo que muchas de las que se llamaban “nebulosas”, objetos difusos que se ven en el cielo, eran en realidad galaxias como la nuestra o incluso mucho mayores. Al observar su forma, muchas de ellas espirales, podemos establecer la semejanza con nuestra propia galaxia.
En esta época del año, la Vía Láctea es bien visible en las primeras horas de la noche cruzando el cielo aproximadamente en dirección Norte-Sur, pasando, entre otras, por las constelaciones de Casiopea, Cisne, Escorpio y Sagitario.
En realidad, todas las estrellas que vemos en el cielo nocturno y que forman las constelaciones, aunque no aparezcan dentro de la franja de la Vía Láctea, son también estrellas de nuestra misma galaxia. Son, por así decirlo, nuestras vecinas: las estrellas próximas a nosotros que encontramos al mirar en distintas direcciones.
Así pues, cuando veamos la Vía Láctea en nuestro cielo, sólo tenemos que tomar unos prismáticos -cualquier prismático es más potente que el anteojo de Galileo- y apuntar hacia cualquier lugar de la franja para disfrutar de un espectáculo impresionante.
Si miramos hacia la constelación de Sagitario estaremos mirando hacia el centro de nuestra galaxia. No obstante, el propio centro no llegamos a verlo debido a que se encuentra a unos 50.000 años-luz de nosotros y una gran cantidad de polvo interestelar nos impide la visión.
Desgraciadamente para nosotros, el exceso de luz proveniente de las ciudades anula totalmente el brillo de la Vía Láctea en nuestro cielo, de modo que ésta ya sólo se puede contemplar desde el campo o la montaña.
Cada año, en torno al 11 ó 12 de agosto, tiene lugar la lluvia de estrellas fugaces llamadas “Perseidas”, también conocidas popularmente como “Lágrimas de San Lorenzo”. Así pues, en la noche de hoy, sábado 12 de agosto, cabría esperar la presencia de las estrellas fugaces en nuestro cielo. Pero este año, desgraciadamente, la fecha coincide con la Luna Llena, y el brillo de ésta nos impedirá observar la mayor parte de los meteoros.
Un meteoro, o estrella fugaz (que es lo mismo), aparece a nuestra vista como un trazo luminoso que se dibuja rápidamente en el cielo y desaparece en pocos instantes.
En realidad, el fenómeno consiste en una pequeña partícula (normalmente, entre el tamaño de un grano de arena y el tamaño de un guisante) que viaja por el espacio y que al entrar en contacto con la atmósfera de la Tierra se pone incandescente, digamos que se “quema”, y produce el rastro luminoso que observamos.
Las estrellas fugaces pueden presentar trayectorias muy cortas, o bien tan largas que crucen casi todo el cielo. También pueden presentar distintas coloraciones según el material del que estén compuestos, o dejar en el cielo un rastro o estela que persista durante algunos instantes. Algunos meteoros son excepcionalmente brillantes y reciben el nombre de bólidos. Estos son causados por partículas de mayor tamaño, y a veces, aunque no es corriente, se observan fenómenos como la fragmentación del bólido en varios trozos.
Por lo general, estas partículas se queman totalmente en la atmósfera. No obstante, si una partícula es demasiado grande, puede no desintegrarse en su totalidad y llegar a caer en la superficie de la Tierra: en ese caso recibe el nombre de meteorito. Nuestro planeta está recibiendo constantemente meteoritos de tamaño microscópico y mayores.
Es bastante habitual que estas partículas entren en nuestra atmósfera, por lo que en cualquier noche despejada podremos ver estrellas fugaces. No obstante, hay ciertos días en el año en que se observa una mayor cantidad de ellas: son las lluvias de estrellas fugaces. Veamos por qué ocurre esto:
Las partículas causantes de las estrellas fugaces son dejadas por los cometas a su paso. Las Perseidas, por ejemplo, se deben al material desprendido por el cometa Swift-Tuttle.
Por tanto, la órbita del cometa está sembrada de este material, y así cada año por estas fechas, la Tierra, en su movimiento anual en torno al Sol, cruza la órbita del cometa y se encuentra con ese rastro de partículas.
Entonces éstas entran en nuestra atmósfera en gran cantidad produciendo la lluvia de estrellas fugaces.
Hay varias lluvias de meteoros al año, en diferentes fechas, causadas por diferentes cometas. Pero las Perseidas son quizá las más conocidas por ser una de las lluvias más intensas y además porque la fecha veraniega facilita su observación.
También son conocidas las Leónidas, que tienen lugar cada año el 17 de noviembre, ya que esa lluvia presenta un máximo cada 33 años y produce verdaderas “tormentas” de meteoros, como la que tuvo lugar en 1966, con miles de estrellas fugaces por minuto.
Por desgracia, las Perseidas, que hoy nos ocupan, no suelen ser tan espectaculares como eso. En condiciones normales, en la noche de las Perseidas se pueden observar aproximadamente uno o dos meteoros por minuto. Aunque esta vez, como decimos, la Luna Llena nos impedirá ver casi todos los meteoros, así que veremos sólo los más brillantes, que pueden no ser muchos.
Pero el número y el brillo de los meteoros que aparecerán es muy difícil de predecir, así que quizá esta lluvia pueda sorprendernos y permitirnos observar algunos meteoros brillantes.
Estemos, pues, atentos a ello esta noche. Lo veremos mejor desde lugares donde no llegue la iluminación urbana. No es necesario mirar a ningún punto del cielo en particular; lo mejor es situarnos en un lugar abierto desde donde veamos todo o casi todo el cielo, ponernos cómodos, y disponernos a esperar un rato hasta que aparezca alguna fugaz. Será más probable verlas en las zonas del cielo más alejadas de la Luna. Podrán aparecer meteoros a cualquier hora de la noche, pero posiblemente más en las horas de la madrugada.
El telescopio es el instrumento que nos permite acercarnos, aunque sólo sea con la vista, a los objetos celestes. Desde su invención por Galileo Galilei en 1609, el telescopio ha evolucionado hasta los actuales observatorios profesionales con espejos de varios metros de diámetro o los telescopios en el espacio como el Hubble.
Sin embargo, no hace falta recurrir a grandes instrumentos para observar el cielo. Con un telescopio de aficionado se pueden ver todo tipo de objetos celestes, tanto del Sistema Solar (planetas, satélites, cometas) como de fuera de él: estrellas, cúmulos estelares, nebulosas e incluso galaxias situadas a millones de años luz de nosotros.
Hay diferentes tipos de telescopios, según el diseño de los espejos o lentes que utilicen.
Sin embargo, hay algo que es común a todos ellos: para medir la “potencia” de un telescopio, lo importante es su diámetro. Digamos que, como la luz que nos llega de los cuerpos celestes es muy débil, se trata de recoger la mayor cantidad de luz posible, y así cuanto más diámetro tenga el telescopio, podrá recoger más luz y por tanto nos dará una mejor imagen.
Por tanto, no hay que juzgar un telescopio por “cuántos aumentos tiene”. Los aumentos dependen del ocular, que es la pequeña lente por donde miramos. Al cambiar de ocular se cambia de aumentos, y todos los telescopios tienen varios oculares con distintos aumentos para intercambiar.
Tampoco es cierto que se vea mejor con más aumentos. Si aumentamos demasiado, veremos peor. Es como ampliar una fotografía: no por ampliarla más vamos a ver más detalles, al contrario, la imagen puede quedar borrosa. Así, al observar por el telescopio se utilizan los aumentos adecuados en cada caso: algunos objetos celestes, como la Luna y los planetas, se ven mejor con más aumentos; otros se ven mejor con menos, como las galaxias y nebulosas.
Hay obstáculos que hacen que la imagen que nos da el telescopio no sea tan buena como quisiéramos: por ejemplo nuestra propia atmósfera, o la iluminación ambiente. Esta es la razón de que se vea mejor el cielo desde la montaña o lugares altos. Y esta es la razón también de colocar un telescopio como el Hubble en el espacio, fuera de la atmósfera, donde nos da mejores imágenes que cualquier telescopio de tierra.
Pero además del telescopio, para observar el cielo podemos recurrir también a otro instrumento bastante más familiar: los prismáticos. Con ellos podemos ver los cráteres de la Luna, el movimiento de los satélites de Júpiter, galaxias lejanas y muchos otros objetos. No tienen que ser de gran potencia; los prismáticos más usuales ya son adecuados para la observación astronómica. Eso sí, es importante colocarlos en un apoyo fijo, por ejemplo sobre un trípode de fotografía. Esto mejora enormemente lo que podemos ver.
Todo esto sin olvidar el instrumento de observación que más cerca tenemos: nuestros ojos. Señalemos que hay espectáculos celestes que la mejor manera de verlos es a simple vista, como es el caso de las lluvias de estrellas fugaces. También, a simple vista se pueden ver cinco planetas del Sistema Solar. Y en un cielo oscuro y despejado nuestro ojo alcanza a ver, sin ningún instrumento, objetos como la Galaxia de Andrómeda, distante de nosotros 2 millones de años luz.
Junto con la Luna, el Sol es el objeto celeste más fácil de observar, pero también el más peligroso. Si intentamos observarlo directamente, lo más fácil es que nos quedemos ciegos al instante, aunque existen diversos métodos que permiten eliminar este riesgo. No obstante, si nunca lo hemos intentado lo mejor es que nos dejemos aconsejar por alguien con experiencia o simplemente que nos contentemos con ver una fotografía.
Durante el eclipse del pasado mes de agosto, se popularizaron las famosas “gafas del eclipse”, así como los vidrios de soldador, con los cuales a veces es posible ver las conocidas manchas solares a simple vista. Los astrónomos de la antigua China fueron posiblemente los primeros en observarlas aprovechando aquellos días en los que la niebla o la bruma permitían observar nuestra estrella cerca del horizonte. A simple vista, con los filtros ya citados y muchas precauciones, se aprecian como diminutos puntos negros sobre el disco brillante del Sol.
El Sol es una inmensa esfera de hidrógeno donde cabrían un millón de planetas como la Tierra. La temperatura en su centro alcanza los diez millones de grados, aunque en su superficie “sólo” llega a los 5000 grados. Una mancha solar no es más que una región más fría de dicha superficie, y por esa razón, debido al contraste, aparece como una zona oscura. Si pudiésemos coger una mancha y sacarla fuera del Sol, brillaría casi tanto como éste.
Cuando se observa con cierta continuidad el Sol, se aprecia que tanto el número de manchas como sus formas y posiciones van cambiando con el tiempo, y así el aspecto que hoy presenta el Sol es diferente al que tenía ayer o al que tendrá mañana.
Desde el siglo pasado, se sabe que el número de manchas cambia según un ciclo de aproximadamente once años. Durante un mínimo de actividad solar pueden pasar varias semanas sin que aparezcan manchas, mientras que en un máximo pueden llegar a formarse más de cien simultáneamente.
En momentos de máxima actividad solar, a veces llegan a originarse violentas explosiones cuyas ondas de choque pueden afectar a nuestro planeta. Esta es la causa del hermoso fenómeno conocido como aurora boreal, aunque también tiene efectos negativos al perturbar las telecomunicaciones y las líneas de alta tensión.
El último mínimo de actividad solar tuvo lugar el 1996 y en estos momentos nos encontramos en pleno máximo. Esta circunstancia hace que se puedan apreciar fácilmente manchas incluso con los medios más modestos, a condición de que, tal como decíamos antes, evitemos mirar al Sol directamente, a simple vista o a través de ningún instrumento óptico.
Este año, el solsticio de verano tendrá lugar en la noche del día 20 al 21, a las 3 menos cuarto de la madrugada. Ese será el principio del verano y también la noche más corta del año: el Sol se pondrá a las 10 de la noche y saldrá a las 6:34. Habrá, por tanto, 15 horas y media de luz solar, y la noche durará sólo 8 horas y media.
Este fenómeno es más acusado cuando nos situamos en latitudes más altas. Por ejemplo, en Londres la noche durará 7 horas y media, y en Estocolmo sólo 5 horas. En latitudes a partir del Círculo Polar, el Sol no se pone ese día, pudiéndose ver en todo momento sobre el horizonte: es el Sol de Medianoche.
Pero no para todos comienza el verano en ese día. A la vez que para nosotros tiene lugar el solsticio de verano, en el hemisferio Sur de nuestro planeta lo que se produce es el solsticio de invierno.
A partir del solsticio, el día empezará a acortarse. En los próximos días esto será casi imperceptible, y sólo hacia principios de Julio disminuirán las mañanas a razón de medio minuto cada día aproximadamente. La disminución del día será cada vez más rápida según nos acerquemos al otoño.
Otro efecto que podemos observar en ese día, es que el Sol alcanza su máxima altura en el momento del mediodía solar (en torno a las 2 de la tarde hora oficial), y produce por tanto las sombras más cortas del año. La mayor altura del Sol es el principal factor que determina el aumento de temperaturas en el verano.
El nombre de Solsticio proviene del latín “Sol stitium”, que significa “Sol estático”, puesto que en ese momento el Sol parece concluir la carrera ascendente que ha tenido durante la primavera, para detenerse ese día y comenzar su descenso.
La celebración de la fiesta del Solsticio de verano estaba muy arraigada en las civilizaciones antiguas, que al depender de la agricultura estaban mucho más atentas que nosotros a los astros y a los ciclos de la naturaleza.
Estas celebraciones se relacionaban con la protección de los dioses hacia las cosechas, y con el culto al Sol y a la Naturaleza. Por ello muchas veces los ritos estaban basados en elementos naturales como el agua y el fuego: así pues, la costumbre de celebrar esta noche encendiendo hogueras es un legado de épocas remotas.
Con la llegada del cristianismo, la celebración de la fiesta de San Juan se superpuso a las celebraciones paganas. Aunque el día de San Juan es el 24 de Junio y el solsticio es el 21, la diferencia de duración en esos días es muy pequeña y apenas se aprecia.
Así, antiguas creencias, como la de que los ríos y fuentes cobraban poderes mágicos en esa noche, pasaron a expresarse como la bendición de San Juan Bautista sobre las aguas.
Aún hoy perviven en todos los pueblos de Europa costumbres y leyendas ancestrales sobre la noche de San Juan.
Mercurio es el planeta más próximo al Sol y, por tanto su visibilidad queda muy limitada por la intensa luz de nuestra estrella. Como anécdota, el propio Nicolás Copérnico se quejaba en su lecho de muerte de que nunca había conseguido verlo.
Mercurio da una vuelta al Sol cada 88 días y, con un diámetro de menos de la mitad e la Tierra, es uno de los planetas más pequeños del Sistema Solar. Incluso algunos satélites de los planetas gigantes, como Ganímedes en Júpiter o Titán en Saturno son mayores que él.
Al igual que Venus, es un planeta interno, es decir, más próximo al Sol que la Tierra, y por ello presenta fases como la Luna. Estas fases son casi lo único que se puede ver con telescopio.
Se han hecho varios intentos por enviar alguna nave pero hasta ahora, solo el Mariner IX ha tenido éxito. En tres ocasiones, durante 1974 y 1975, pudo pasar cerca del planeta y tomar una serie de fotografías. En ellas aparece un astro muy similar a la Luna, sin atmósfera y con la superficie llena de cráteres. Los contrastes de temperatura son muy fuertes: la parte iluminada por el Sol puede estar a 400° mientras que el hemisferio en sombra alcanza los 200° bajo cero. Desgraciadamente, el Mariner sólo pudo fotografiar una parte del planeta por lo que el aspecto de gran parte de la superficie todavía nos es desconocido.
En los últimos años se ha descubierto que, a pesar de esas temperaturas, en los polos del planeta hay hielo. Esto es debido a que en esas regiones existen cráteres cuyo fondo nunca esta iluminado por el Sol y allí el hielo puede conservarse inalterado.
Visto desde la Tierra, hay momentos en los que Mercurio se aleja lo suficiente del Sol y puede observarse con cierta comodidad. Uno de esos momentos está teniendo lugar ahora, a principios de Junio.
Podremos verlo si miramos hacia el Oeste-Noroeste después de la puesta de Sol, cuando el horizonte ya está suficientemente oscuro. Estos días Mercurio se pone unas dos horas después el Sol y es el objeto más brillante de la zona.
El pasado día 27 de mayo se produjo la conjunción de los dos mayores planetas del Sistema Solar: Júpiter y Saturno. Debido a su lento movimiento por el cielo, este es un hecho que solo se repite aproximadamente cada 20 años. En esta ocasión, el fenómeno tuvo lugar muy cerca del Sol y no se pudo observar a simple vista. No obstante, hace unos meses ambos planetas podían verse al atardecer y, dentro de un mes, reaparecerán en el cielo de la madrugada aún más próximos entre sí.
Júpiter es el mayor planeta del Sistema Solar: su diámetro es unas 11 veces mayor que la Tierra y en su interior cabrían casi 1500 planetas como el nuestro. El tiempo que tarda en dar una vuelta al Sol es de casi 12 años. Es un planeta fundamentalmente gaseoso, es decir, que a pesar de tener un núcleo rocoso, posee una atmósfera muy extensa y, por eso, lo único que podemos ver con un telescopio son las capas superiores de las nubes. En Júpiter se producen borrascas y ciclones similares a los que conocemos en nuestro planeta, pero a una escala mucho mayor. Uno de ellos, la Gran Mancha Roja, descubierta por Cassini en 1664 y observable con un telescopio de aficionado, tiene un tamaño de casi el doble de la Tierra y se supone que está activa desde hace un millón de años.
Saturno es menor que Júpiter pero aún así gigantesco: su diámetro es 9 veces mayor que la Tierra. Por estar más lejos tarda más tiempo en girar en torno al Sol: aproximadamente unos 30 años.
Al igual que Júpiter se trata también de un planeta gaseoso pero los detalles que se pueden observar en él son mucho más tenues debido a que la atmósfera está cubierta por una capa de niebla.
Sin embargo, Saturno es el planeta más bonito del Sistema Solar, a causa de sus anillos. Aunque los cuatro planetas gigantes poseen anillos, los de Saturno son espectaculares. Fueron descubiertos por Galileo, que los observó varias veces a principios del siglo XVII, aunque no fue capaz de adivinar su verdadera naturaleza. Hoy se sabe que, en realidad, son miles de anillos formados por trozos de roca y hielo de diferentes tamaños. Probablemente sean los restos de un antiguo satélite que quedó destruido al aproximarse demasiado al planeta.
La Luna da una vuelta a la Tierra cada 29 días, pasando por las fases de Llena, Menguante, Nueva y Creciente según que la parte iluminada por el Sol mire o no hacia nosotros.
Además, la Luna tarda en dar una vuelta sobre sí misma el mismo tiempo que en dar una vuelta alrededor de la Tierra (su período de rotación es igual al de traslación). Esto hace que nos muestre siempre la misma cara, con lo cual hay una cara oculta de la Luna que desde la Tierra no puede verse, aunque ha sido explorada por distintas misiones espaciales.
A diferencia de otros planetas que tienen varios satélites, la Luna es el único satélite natural de la Tierra y es uno de los más grandes del Sistema Solar, pues su diámetro es la cuarta parte del de la Tierra. Su tamaño y proximidad hacen que sea uno de los objetos celestes más fáciles de observar.
Al contrario de lo que se podría pensar, la mejor época para observar la Luna no es cuando está llena. En Luna Llena, la luz del Sol ilumina los detalles desde arriba, de manera que apenas producen sombras y lo único que se puede apreciar son unas manchas claras y oscuras. Por el contrario, durante los cuartos creciente y menguante la luz llega de forma rasante y permite admirar el relieve de nuestro satélite.
La superficie lunar está sembrada de cráteres, que son los impactos producidos por meteoritos al chocar con ella hace millones de años. Así como en la Tierra los agentes atmosféricos han borrado los impactos similares que se produjeran, en la Luna, al no haber atmósfera, los cráteres permanecen.
Las grandes manchas oscuras que se observan en la Luna, incluso a simple vista, son zonas llanas llamadas “mares”. En realidad los “mares” son llanuras de lava formadas en época relativamente reciente. La lava cubrió los impactos existentes y por ello los mares apenas presentan cráteres.
Por tanto, esta semana, podemos intentar observar la Luna durante su fase creciente. Con unos prismáticos corrientes, ya se puede apreciar el relieve de la superficie, distinguiéndose incluso cráteres de unas decenas de Kilómetros de diámetro.
Fijémonos en el “terminador”, que es la línea que separa la parte iluminada de la parte oscura, y veremos cómo allí el juego de luces y sombras permite apreciar mejor el relieve de los cráteres. En la parte iluminada de la Luna, cerca del “limbo” o borde, podemos ver dos grandes manchas oscuras: el Mar de las Crisis y el Mar de la Fecundidad. Más hacia el centro del disco lunar, le siguen dos mares mayores: el mar de la Serenidad y el Mar de la Tranquilidad.
Según vayan pasando los días y vayamos avanzando hacia la Luna llena, el terminador irá cambiando de lugar y así nos permitirá observar el relieve de las distintas zonas de la Luna.
En tiempos antiguos, no había distinción entre Astronomía y la Astrología. Las civilizaciones antiguas que comenzaron a observar el cielo, como los griegos, los babilonios, los egipcios, los mayas o los chinos, se preguntaban por el origen y el significado de los fenómenos y objetos que veían, sin que tuvieran a su alcance métodos científicos que les permitieran estudiarlos rigurosamente. En su lugar, trataban de establecer relaciones entre lo que ocurría en el cielo y el destino de los seres humanos. Así se atribuyó a los planetas y constelaciones diversos significados supersticiosos. Algunos astros que aparecían sin avisar, despertaban especial temor, como los cometas, de los que hablaremos en próximas ocasiones.
Con la invención del telescopio por Galileo Galilei en el siglo XVI, los planteamientos cambiaron. Comenzó a observarse el cielo de manera científica y tratando de buscar la explicación racional de las cosas. Uno de los cambios más radicales en la forma de ver el mundo fue constatar que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés. Esta idea había sido propuesta por Nicolás Copérnico, e incluso en la antigüedad por algunos filósofos griegos como Aristarco de Samos, pero la teoría se vio confirmada cuando Galileo vio con su telescopio los satélites de Júpiter, girando alrededor de Júpiter: eso significaba que no todo giraba alrededor de la Tierra, y así pronto se aceptó que tampoco el Sol giraba alrededor de la Tierra.
Después de esto la Astronomía como ciencia (ya separada de la Astrología como superstición) siguió progresando y haciéndonos ver, a través de nuestros telescopios, lo pequeños que somos en el Universo. Así se descubrió que el Sol no es sino una pequeña estrella, perdida en un brazo espiral de nuestra galaxia. Y que nuestra galaxia no es más que una de las innumerables galaxias que pueblan el Cosmos. Y que el Cosmos es infinitamente más grande de lo que nuestros antepasados, observando el cielo a simple vista, pudieran jamás imaginar.
Hoy, sábado 6 de mayo, han pasado 47 días desde el equinoccio de primavera y faltan 45 días para el solsticio de verano. La Luna Nueva se produjo en la madrugada del pasado jueves, y el cuarto creciente será el próximo miércoles a las 10 de la noche.
Durante estos días se da la circunstancia de que cinco de los planetas del Sistema Solar se encuentran en la misma zona del cielo. Se trata de Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno (que son los cinco planetas que habitualmente se pueden ver a simple vista).
Sin embargo, este fenómeno no se puede observar, puesto que también el Sol está en la misma zona del cielo, y nos impide su visibilidad.
Cuando varios planetas aparecen juntos o cercanos, se llama una “conjunción”. El hecho de que estos planetas aparezcan en la misma zona del cielo, es sólo un efecto de perspectiva: así es como se ve según se mira desde la Tierra. No tiene nada que ver con la situación real de los planetas, que distan millones de Km unos de otros.
Estos días anteriores, especialmente ayer viernes, la conjunción incluyó a la Luna que, en su fase de Luna Nueva, se hallaba también en la misma zona del cielo.
Esta conjunción de planetas durará unos días, y después poco a poco los planetas se irán alejando unos de otros (siempre desde la perspectiva de la Tierra).
En efecto, los planetas, debido al movimiento que efectúan en sus órbitas, varían su posición en el cielo según nosotros los vemos. Cuando observamos un planeta durante varias semanas, nos damos cuenta de que su posición cambia respecto a las estrellas. Por ello los planetas no aparecen en los habituales mapas celestes que representan las constelaciones. Y por ello en cada momento pueden ser visibles unos u otros, según su posición. Por ejemplo, este verano, a partir de Julio, comenzarán a ser visibles de madrugada Júpiter y Saturno.
Quizá muchas veces nos hemos preguntado por qué la Semana Santa no se celebra siempre en las mismas fechas, sino que puede tener una oscilación de más de un mes, entre el 21 de marzo y el 25 de abril. Ello es debido a motivos históricos y astronómicos. La Pascua cristiana tiene su origen en la Pascua judía, y por tanto se celebra siguiendo el calendario judío, el cual está basado en las fases de la Luna. El primer mes del calendario judío es el de Nissan, que comienza con la primavera. En el mes de Nissan, y coincidiendo con la Luna Llena, se celebra la Pascua judía.
Por tanto, para los cristianos, el Domingo de Pascua es el primer domingo después de la primera Luna Llena de la primavera. Esta regla quedó establecida en el Concilio de Nicea (año 325), decidiéndose además que para fijar la Pascua se tomara siempre como comienzo de la primavera el 21 de marzo, aunque a veces, como es el caso de este año, la primavera puede comenzar el 20 de marzo y no el 21.
Después se considera el momento en que se produce por primera vez el plenilunio a partir de esa fecha inclusive. Y por último se toma como fecha de la Pascua el domingo siguiente al plenilunio.
Este año la primera Luna llena de la primavera fue el 18 de abril, es decir, el miércoles pasado. Con lo cual el primer domingo después de ello, es mañana, 23 de abril.
Cuando el papa Gregorio XIII reformó el calendario en 1582 para dotarle de mayor exactitud, el cálculo de la fecha de la Pascua también fue corregido. Sin embargo, las iglesias ortodoxas no aceptaron la reforma y siguen fijando la Pascua según el calendario juliano, con lo cual la mayoría de los años obtienen una fecha diferente. Por ello los ortodoxos no celebran la Pascua mañana, sino que lo hacen dentro de una semana, el 30 de abril, moviendo también con ello las demás festividades relacionadas.
Por tanto, el hecho de que la Semana Santa no se celebre siempre en las mismas fechas, se debe a que el calendario que utilizamos actualmente no es un calendario lunar: las fases de la Luna no se producen en fechas fijas respecto de nuestro calendario.
Los calendarios lunares fueron utilizados por muchos pueblos de la Antigüedad, ya que la observación de las fases de la Luna proporciona una manera directa e inmediata de medir el tiempo. De hecho, todos los calendarios que han existido a lo largo de la Historia, incluido el actual, tienen un fundamento astronómico, ya sea lunar o solar.
Hacia las 10 de la noche, podemos ver cerca del horizonte Suroeste la constelación de Orión. Su figura representa al cazador mitológico Orión, y es fácil de reconocer por las tres estrellas alineadas que forman su “cinturón”, y que son conocidas popularmente como “las tres Marías” o “los tres Reyes Magos”.
Debajo del “cinturón”, y figurando la “espada” del cazador, se encuentra la Nebulosa de Orión. En un cielo oscuro y despejado es visible a simple vista como una mancha borrosa y blanquecina. Se trata de una nube de gas y polvo, dentro de nuestra propia Galaxia, dentro de la cual se están formando nuevas estrellas. Es un objeto muy fácil de observar con un pequeño telescopio o con unos prismáticos corrientes. En nuestro cielo hay muchas otras nebulosas de este tipo, pero sólo la de Orión es claramente visible a simple vista.
La mejor época para observar la nebulosa de Orión es el invierno. En efecto, estos días, la constelación de Orión desaparece de nuestra vista hacia medianoche, ya que, debido al giro de la Tierra, pronto se oculta por el horizonte Oeste.
Cuando Orión se haya ocultado, tendremos en el cielo otra constelación fácil de reconocer: La Osa Mayor. Será visible mirando hacia el Norte, muy alta en el cielo, casi sobre nuestras cabezas. Es una de las constelaciones más conocidas por su forma de “cazo” o de “carro”.
Si prolongamos imaginariamente el “mango” del “cazo” de la Osa Mayor, llegaremos a una estrella muy brillante, de color rojizo: es Arturo, una de las estrellas más brillantes del cielo. Su nombre proviene del griego y significa “Guardián de las Osas”, por su proximidad a la Osa Mayor y la Osa Menor. Arturo se encuentra a unos 36 años-luz de nosotros, lo que significa que la luz que ahora nos llega, salió de Arturo hace 36 años, o sea, en los años sesenta... Sin embargo, esta estrella está relativamente cerca de nosotros, comparado con los objetos más lejanos que nuestros telescopios han detectado, que se encuentran a miles de millones de años luz.
Hablemos hoy de cómo es posible orientarse en el cielo. Como es sabido, la estrella polar marca siempre la dirección Norte. Debido al giro de la Tierra sobre su eje en 24 horas, todos los astros del cielo parecen girar, durante la noche, alrededor de un punto llamado Polo Norte celeste. Es un movimiento aparente, pues la que gira es la Tierra. En unas dos horas, ya se puede apreciar este movimiento viendo cómo ha variado la posición de las constelaciones.
Debido a esto, durante la noche unas constelaciones se pondrán por el horizonte Oeste, mientras otras nuevas aparecen por el horizonte Este. Sin embargo, la estrella Polar, por estar casi en el polo celeste, no se mueve a lo largo de la noche, y señala siempre la dirección Norte. Es por ello que sirve para orientarse. La estrella Polar está incluída dentro de la constelación llamada Osa Menor.
En el hemisferio Sur no tienen la suerte de que una estrella brillante esté situada justo en el Polo Sur celeste. En su lugar, para orientarse, utilizan cuatro estrellas en forma de cruz, que llaman la Cruz del Sur, y que señalan aproximadamente hacia donde se encuentra la dirección sur.
Esta situación no siempre ha sido así. Hace 2000 años, la actual estrella polar no estaba situada en el polo Norte celeste, sino que era otra estrella la que marcaba el Norte. En la época de Colón, la estrella polar ya indicaba el Norte, pero no tan exactamente como ahora. Dentro de 500 años, otra vez la actual estrella polar se alejará del polo celeste y dejará de señalarlo. Otra estrella lo señalará con más o menos exactitud.
Esto no se debe a ningún movimiento propio de las estrellas, sino a una oscilación del eje de la Tierra, llamada “precesión”, y que cumple un ciclo cada 26.000 años. Así que dentro de 26.000 años, la actual estrella Polar volverá a señalar el Norte.
Hoy vamos a hablar de algunos objetos visibles a simple vista, que no son estrellas ni planetas, y que llamaron la atención desde la antigüedad. En el siglo dieciocho, el astrónomo francés Charles Messier elaboró un catálogo con 110 de estos objetos, y desde entonces se les conoce con la inicial M y un número: desde M1 hasta M110. Son objetos difusos, de la apariencia de “nebulosas”, de los cuales muchos se ven a simple vista en un cielo oscuro y despejado, como pequeñas nubecillas en el cielo que en principio se pueden confundir con una estrella, pero que se distinguen de ellas por su apariencia borrosa.
La naturaleza de estos objetos es diversa, pero todos ellos son objetos situados fuera del sistema solar.
Algunos son nebulosas, nubes de gas y polvo donde se están formando nuevas estrellas dentro de nuestra galaxia: como la nebulosa de Orión, M42, visible a simple vista en esta época, hacia el Suroeste después de ponerse el Sol, debajo de las tres estrellas características del “cinturón de Orión”. Merece la pena ver esta nebulosa con prismáticos.
Otros son cúmulos de estrellas de nuestra galaxia, que se formaron juntas y aún no han tenido tiempo de separarse: como el cúmulo del Pesebre, M44, en la constelación de Cáncer, visible también ahora a simple vista, bastante alto en el cielo hacia el Sur en las primeras horas de la noche.
También es un objeto Messier el cúmulo llamado M45: las Pléyades, conocidas como “las siete hermanas”, un cúmulo de estrellas del tamaño de la Luna llena, en el que a simple vista aparecen siete estrellas, y con prismáticos varias decenas. Es uno de los objetos del cielo que más llaman la atención, y es visible ahora hacia el Suroeste, cerca de Orión, en las primeras horas de la noche.
Otros objetos Messier son restos de supernovas que han explotado, como la nebulosa del Cangrejo, M1, que es el resto de una supernova que explotó en el siglo once y fue registrada por observadores europeos y asiáticos. Actualmente este resto de supernova es una nube de materia en expansión, y es visible con telescopio.
Finalmente, otros objetos del catálogo están mucho más lejos, pues ni siquiera están en nuestra galaxia. Algunos de estos objetos de apariencia borrosa, son en realidad otras galaxias, tan grandes como la nuestra o mayores, formadas por cientos de millones de estrellas, y separadas de nosotros por millones de años luz de espacio vacío: por ejemplo la galaxia de Andrómeda, uno de los objetos Messier que mejor se ven a simple vista.
En el siglo dieciocho no se conocía la existencia de otras galaxias fuera de la nuestra, así que cuando Messier catalogó estas galaxias, no sabía lo que eran en realidad, y las consideró como nebulosas. Sólo a principios de este siglo se ha sabido que la nuestra no es la única galaxia, que hay miles de ellas en el Universo, y que nuestros telescopios o prismáticos nos pueden acercar a alguna de ellas.
Cada año, por la época de comienzos de la primavera, la posición del Sol es favorable para poder observar los 110 objetos Messier en una sola noche, desde el anochecer hasta el amanecer. Es lo que los aficionados a la astronomía llaman un “Maratón Messier”. Verdaderamente es un maratón, pues sobre todo en las horas del crepúsculo, los telescopios deben apuntar a un objeto cada pocos minutos, y hay que localizarlos en el cielo con rapidez y precisión. Pocos aficionados consiguen observar los 110 objetos en una sola noche.